El campo clínico
intenta retrasar el momento de su nacimiento lo más que puede, pero no siempre
es posible. El bebé sale, y en lugar de ir a los brazos de su madre, se lo
llevan a una incubadora. Y ahí empieza la gran batalla, la del bebé y de sus
padres. En España, casi un 8% de los recién nacidos son prematuros, y aunque la mayoría logra sobrevivir, los casos de
prematuridad siguen aumentando. Ser madre o padre de un bebé prematuro es
vestirse de incertidumbres en cuanto a la evolución del hijo. Es un nacer algo
más complicado, un duro trabajo de estimulaciones, manipulaciones, tratamientos
y curaciones, para que el bebé arranque sus mecanismos físicos,
psíquicos y emocionales, y logre salir de la incubadora.
Es un ir y venir, sin
límites. A veces más lento en algunos aspectos y más rápido en otros. Mientras
tanto, los padres luchan contra sus fantasmas, sus sentimientos de
culpabilidad, sus miedos, sus preocupaciones y dudas sobre el bajo peso y la
apariencia de su bebé. Creo que la vivencia de los padres es lo peor. Hace
años, una amiga mía ha pasado por eso, y me acuerdo de lo impotente que se
sentía ella. Solo podía ver a su hijo a ratitos, tenía que dejarlo en el
hospital para irse a casa, y sus noches se hacían eternas.
Todo
lo que había programado para los primeros días con su bebé, se llevó el tiempo. Pero, como
la mayoría de los bebés prematuros, su hijo sobrevivió, y le devolvió la
sonrisa de la que ella se había olvidado cuándo él nació. Recomiendo a todos
los padres el libro Hijos prematuros, de Nora Rodríguez (La esfera de los libros).
En él, podrán conocer experiencias de otras familias, así como encontrar
grandes consejos para cuidar de los hijos prematuros, desde su nacimiento hasta
la adolescencia.
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