La violencia forma parte del día a día, de la naturaleza del
ser humano, dirían algunos reticentes a la opinión de Jean-Jacques Rousseau
cuando afirmaba que el hombre es bueno por naturaleza. Sin ceder a las palabras
del pensador francés, un hombre al que no se le puede negar bondad, Marthin
Luther King, dijo en su momento algo que deja patente la falta de sentido de
tanta violencia como existe en la actualidad. “El hombre nació en la
barbarie”—explicaba – “cuando matar a su semejante era una condición normal de
la existencia. Se le entregó la conciencia y ahora ha llegado el día en que la
violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la
carne de otro”.
De acuerdo a estas palabras, y al sentido común, la
violencia es intolerable. Cada año los diarios nacionales se llenan de informes
sobre asesinatos relacionados con la violencia de género. Desde las
instituciones se ha ido tomando conciencia de la importancia de elaborar un
plan que combata la violencia contra la mujer, y la sociedad es cada vez más
consciente de la intolerancia que se debe tener frente a las agresiones
machistas. Este año, según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales
e Igualdad hasta el mes de julio, han sido asesinadas en España 22 mujeres por
sus parejas o exparejas y, según la Encuesta de Violencia contra la Mujer 2015,
elaborada por dicho ministerio, el 12,5% de las mujeres mayores de 16 años que
viven en España admite haber sufrido violencia física o sexual por parte de sus
parejas o exparejas en algún momento de su vida. Aún hay mucho camino por
recorrer.
En esta lucha contra la violencia de género los
profesionales de Enfermería tienen un papel muy importante. Muchas de las
mujeres maltratadas no reconocen la existencia de malos tratos, de las 22
mujeres anteriormente mencionadas solamente dos habían denunciado al agresor,
por lo que estos profesionales deben convertirse a la vez en psicólogos y
amigos, manejar el lenguaje de mano de la sinceridad y la confidencialidad en
todo momento, una misión difícil pero imprescindible en una sociedad que quiere
acabar con la lacra de la violencia contra las mujeres.
“El personal sanitario tiene el deber ético de defender el
cuidado de la salud de la mujer, respetando la autonomía de la paciente, la
confidencialidad y la privacidad”, explica Amparo Saldaña de la Fuente, enfermera
de Atención Primaria del Centro de Salud LEZO de Guipúzcoa, “siendo fundamental
el trabajo en equipo”. Además, para esta profesional, que cuenta con amplia
formación y experiencia en el trato a pacientes que han sido o son víctimas de
violencia de género, “en el ámbito de un centro de salud se dan los factores
idóneos para captar, tender puentes de atención hacia mujeres en situaciones
delicadas, informar, derivar a otros servicios o realizar seguimiento de los
procesos”. Los casos que llegan a los hospitales son muy variados: mujeres
acompañadas de la policía, mujeres con signos de haber sufrido malos tratos,
sin signos físicos que lo evidencien, mujeres que lo reconocen, que no lo
admiten, incluso acompañadas del propio agresor. Los protocolos a seguir desde
los hospitales, tal como nos explica Erika Rubio, enfermera de Urgencias del
Hospital 12 de Octubre de Madrid “dependen de cada comunidad autónoma, y
posteriormente cada hospital lo adecua a su realidad”. A pesar de la existencia
de dichos protocolos, probablemente una de las mayores dificultades con la que
se encuentran estos profesionales es la negativa de la víctima a denunciar a su
agresor, aunque los profesionales sanitarios llevan a cabo ciertos
procedimientos independientemente de que la mujer quiera o no. “Se les dice que
denuncien. También hay que hacérselo llegar al “gestor de casos”, aunque la
mujer no quiera”, explica Erika Rubio.
Los casos de violencia de género forman parte de los más
delicados que un profesional sanitario debe tratar, como explica Amparo
Saldaña, hay que ser conscientes de que “el impacto que el maltrato de la
pareja tiene en la salud de la mujer es tan grande que además de verse como un
problema que afecta a los derechos humanos, se considera también como un problema
importante de salud pública y tiene múltiples consecuencias para la salud
física (infecciones de transmisión sexual, dolores de cabeza, dolor pélvico
crónico, etc.) y mental (trastorno de estrés postraumático, depresión,
disfunción sexual, etc.) de la mujer”. Casos delicados, ya que además de los
tabúes que aún giran en la conciencia de algunas personas frente a estos casos,
la violencia no tiene por qué evidenciarse en agresiones físicas, tal y como
argumenta esta profesional, “los signos físicos del maltrato se quitan con el
tiempo, pero la sensación constante de miedo, la humillación, la burla… dejan a
la mujer en una posición de desamparo y sin recursos para salir o cambiar dicha
situación”.